
“La mansión que nos asignó nuestra querida Conferencia Episcopal era grande y cómoda, con vistas al lago, pletórico de líquido elemento, donde croaban 11 millones de ranas.
El vino de misa estaba en su punto, como siempre, pero ese otro brebaje amarillento que, sin duda, era una aportación desinteresada de El Maligno, se coló en mi hígado por goleada.
La ascensión a los cielos de Tribollo estuvo llena, por tanto, de sinsabores que me obligaron a abandonar mi sacrosanta misión en manos de mis compañeros, quienes lograron, no obstante, dejar el pabellón de nuestra Ecclesia por las nubes, como mandan los cánones.
Tras haber confraternizado con miembros de otras comunidades similares, nos dirigimos a la venerable ermita donde el hermano Laurelio nos concedió sus parabienes y nos contagió su enorme Fe en el Blanco y Negro, calmando nuestra sed de forma rotunda.
No dejó de sorprendernos, sin embargo, la inestimable labor de la Iglesia Ortodoxa, que humilló sin compasión a los Herejes Naranjas.
El camino de vuelta se dio sin complicaciones, aunque debo resaltar el buen sabor de boca que nos dejó el haber acogido, en nuestro humilde carromato, a una singular peregrina, que huía de los lobos realizando milagros con picotas.
Demos gracias al Altísimo por este soleado fin de semana en que, nuevamente, nos acercamos a Él, ondeando la sempiterna bandera tricolor.
Amén.”
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