SALINARO, GARAUDY Y EL ATLETI (de Madrí)

Habían saltado todos los controles de la Benemérita, cuando decidieron hacer noche en el camping más pequeño del mundo.
El puré aún caliente, la lumbre recién apagada… todos eran síntomas de una premeditada espera. Pero al amanecer los despertó un primo lejano de Laurelio, con malas, malísimas pulgas.
Reanimados por la espiral del churro-porra de Don Niceto, prosiguieron su camino hasta el campamento base, regentado por un enigmático pastor polaco.
Allí, la serpiente sempiterna, intento nuevamente tentarlos. Pero ellos eran más fuertes.
Ascendieron el cogote de La Tiñosa, intimaron con el Chato de la Isla y sus secuaces, vislumbraron las entrañas telúricas en una gruta garrapateada y bajaron al valle por la ruta del Árbol Fantasma, buscando la proximidad del sin par Machaquito, la complicidad de los duques de Cabra. No en vano, procedían de la antigua Roma, la de las siete colinas. Se dice, incluso, que estaban emparentados con Lucio Rute Salinaro (aunque esto no está suficientemente demostrado).
El azar quiso que dieran con sus huesos en el Hotel de Los Líos-Piscina, donde entablaron feroz batalla con un cruel ascensor.


La mañana del último día transcurrió entre puentes garodianos con visos de power-pop y tés morunos. Las calles anunciaban judíos y hogueras.
Junto a la sinagoga, pudieron ver la silueta angustiada de un niño palestino.
Y después, el contacto directo con los arcos de herraduras luciendo los colores de un equipo de fútbol inestable, los sumió en una oscuridad casi mística. Hasta que el bueno de Hostilio, rendido ante la evidencia del pueblo numantino, los devolvió a la realidad, haciéndolos cruzar otro arco nuevo: pero esta vez se trataba del Arco Iris, y la realidad no era más que la cara, para ellos bien conocida, de la villa y corte…

Córdoba volvía a quedar lejana y sola.
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